De engaños está lleno el mundo. Vivimos en una sociedad en la que decir la verdad se considera una grosería, aun y cuando las personas lo piden a gritos. “Se sincero conmigo”, “Dime la verdad”, “No me gustan las mentiras”, “Si de verdad eres mi amigo, no me ocultarás nada”. Pero ¿quién va a querer cerca a una persona que te diga?: “OK, me parece que realmente no tienes personalidad. Vives en una lloradera constante porque nadie te quiere, pero quien realmente no se quiere eres tú. Tú eres quien sabotea tu vida, quien busca exhaustivamente relaciones de donde no obtendrá un buen resultado. Tu muy baja autoestima seguirá hundiéndose en el subsuelo donde ya la tienes, pero aun así, en pocas semanas, volverás a la caza de una nueva víctima a quien llorarás en cuestión de días con la misma excusa”
¿Así o más directo? Ninguna. La respuesta socialmente esperada, y tristemente la que damos, es “Tranquila amiga, es que los hombres son todos iguales: unos perros desalmados y sin corazón. Ya llegará uno que si te valore”. Una mentira, eso es lo que se espera.
Nos enseñan a mentir desde pequeños: recibes un regalo por tu cumpleaños o en navidad ¿y qué te dijeron en tu casa? “Ábrelo, sonríe y di las gracias. Ni se te ocurra decir que no te gusta, después vemos qué hacer con eso”. Nace un bebé y a nadie se le ocurre decir “Oye pero que bebé tan feo. Espero que mejore mientras crece”. Nuestra vida gira en torno a ser políticamente educados, no a decir lo que realmente sentimos o queremos decir.
Ahora, la gran pregunta debería ser ¿es lo mismo ocultar que mentir? ¿Vale más la infelicidad de la gente que conocemos o el sentimiento de libertad plena y absoluta al decir lo que pasa por nuestra mente, sin filtros? A nadie le gusta escuchar la verdad. A nadie, y me incluyo obviamente pues eso de que le anden golpeando el autoestima a uno, por muy alta que se tenga, no es para nada agradable. ¿Pero entonces por qué nos quejamos tanto cuando nos mienten?
Seamos sinceros con nosotros mismos. Dejemos de ser selectivos con las verdades que deseamos escuchar pues en este juego no existen grises. No pidas la verdad cuando no estás dispuesto a dar la tuya, no juegues con las verdades de otros cuando te ciegas ante aquellas que llevan tu nombre y definitivamente no te acerques a la candela cuando puedes salir con la cola prendida.
Bien lo decía Arjona “Una mentira que te haga feliz vale más que una verdad que te amargue la vida”, y ojo, no me malinterpreten pues no estoy dándole bandera blanca a las mentiras, fui la primera en declararles la guerra hace mucho. Sin embargo confieso un placer culposo: Me encanta descubrirlas solo para saber que siempre tuve razón y que mis instintos no fallan.