miércoles, 18 de mayo de 2011

Hacer el amor con otro

Acostumbrarme a ti fue muy fácil. Aunque insististe en llegar a mi vida bajo varios nombres, que aunque recuerdo claramente no mencionaré, aprendí a detectarte en cada una de sus pieles. En todas tenías un sabor distinto, con algunos era dulce, con otros fue solo un intenso y rico picante y con algunos eras como un tequila, fuerte, cortito y con un terrible dolor de cabeza como recuerdo.

Debo admitir que te dejé entrar a mi vida un poco tarde. Mientras mis amigas jugaban contigo yo tenía miedo de no ser suficiente para ti, de no gustarte y de perderme para siempre lo que todas mencionaban de ti. Vale, es que era una niña ¿sí? Solía seguirles la corriente como si supiera de qué hablaban cuando en realidad me asustaba cada vez más… Hasta que un día esa niña despeinada e inocente decidió irse. La muy sin vergüenza me dejó plantada ante una adolescente que resultó ser más caliente de lo que la sociedad esperaba para una ya no tan niña pero que no llegaba a ser mujer. Y te dejé entrar.

Debo admitir que con el primer nombre que llegaste no te recuerdo muy bien, no porque tenga mala memoria sino porque la verdad preferí olvidar al infeliz que se llevó mi inocencia sin enseñarme a hacerlo bien. Para evitar comentarios que ya no valen la pena recordar, solo diré que llegaste disfrazado en un beso que traumó mi existencia. ¿Cómo a alguien se le ocurre darme mi primer piquito con su lengua en mi garganta? No es que me molestara la lengua, aun recuerdo su sabor, pero ¿que se suponía debía hacer? ¿Cuál era el papel de la mía en esa sensación?
En fin, me dejaste frustrada, pensando que lo había hecho mal y que más nunca volvería a sentir ese sabor de piel en mi boca, pero volviste, años más tarde nos encontramos con una nueva yo. No sé cómo me reconociste cuando ni yo misma lo hacía: era yo esa niña a la que varios le echaban un ojo, era por mí por quien varios peleaban y buscaban la manera de llamar mi atención y confieso que cuando me di cuenta de esa maravillosa sensación te agarré por el cabello para atraerte hacia mí. Esta vez no te ibas a escapar.

Fue así como después de besos interminables, de lamidas a escondidas por el borde de mi oreja, de caricias, de jugar al que no quiere la cosa y de que mi lengua terminara en más labios de los debidos, decidí hacerte el amor. ¿Cómo dejarte ir si desde ese día aprendí a volverlos locos y hacerlos suspirar? Con cada uno fui aprendiendo algo nuevo y a más de uno le enseñé algo que seguramente hoy aplicarán con otra sin acordarse de mi (¿o sí?)

Me confieso adicta a ti. Te he seguido encontrando en otras caricias, en otras lenguas, en otras pieles, en arañazos en la espalda, en gemidos, suspiros y pare usted de contar... Y para no sentirme culpable por si en algún momento te llamaba por un nuevo y distinto nombre decidí que el que mejor te queda es deseo.

De apellidos, depende, a veces te lo cambio: orgásmico, fantasioso, húmedo, desesperante y hasta una vez te llamaste "ganas". Así, a secas. Lo único cierto es que no puedo hacer el amor con otro que no seas tú.

martes, 17 de mayo de 2011

El regalo más grande

Sobre de cómo hace un año mi vida cambió y de cómo en un mes me convertiste en una nueva y mejorada mujer.

De esas cosas que son solo tuyas y no quieres compartir con más nadie, de esas cosas que se clavan en ti sin manera alguna de que salgan y de esas cosas que aunque duelan tienes que dejar ir. De eso quiero escribir.

Es imposible cambiarte, es imposible pedirte que seas otro cuando eso fue lo que me gustó de ti. Ya sabía en donde me metía, ¿no? Es increíble pensar que todo esto pasó en tan solo un año.  Siento si no fui la mejor mujer que podía ser en ese entonces, siento si en algún momento te sentiste agobiado por mí y realmente de corazón siento si sentiste que no era el mejor  momento para él, porque desde el día que supe que venía no he dejado de agradecértelo y sonreír.

En un año me enseñaste a madurar,  me enseñaste a luchar por lo que quiero, a querer más para mi futuro, me enseñaste a confiar más en mi misma.  Me enseñaste que no importa cuánto se ame a alguien, primero debes amarte a ti mismo. Aprendí que no hacen falta las demostraciones públicas de amor porque las más hermosas llegaban cuando estábamos solos.

Ese día lo único que esperaba era tu mano para saber que todo saldría bien y si, es cierto que ya no tomo esa mano de la misma manera y que nunca la volveré a tomar igual, básicamente porque entre tu mano y la mía, ahora un par pequeñito está.

No hay mucho más que decir, no hay maneras para agradecer que definitivamente el regalo más grande me lo diste tú.

Gracias <3 



jueves, 5 de mayo de 2011

Mi historia entre tus dedos

Sobre hacer el amor. Por Marco Gonzalez
Te hice el amor a la distancia. Eran dos puestos de autobús, lo suficiente. Eras precisamente lo que eres hoy: una sonrisa intacta, eternamente feliz. Te diste cuenta, lo sé. Lo sé por la mirada que intercambiamos con teléfonos y besos.

Te hice el amor días después. Te tomé la mano en el restaurante. Sentí el temblor de tus dedos y entendí que no existían mentiras entre nuestras manos. Lo sentiste ciertamente, lo sé, Retiraste tu mano penosamente y tomaste torpemente tu cartera y lanzaste tus cosas al suelo.

Te hice el amor mientras dormías. Acariciaba tu cabello. Veía tu rostro de ensueño y pensaba en tus labios. Escuchaba tu respiración una y otra vez, lenta y dulce, mientras tus dos manitas se juntaban sobre tu rostro.


Te hice el amor en el desayuno, mientras picabas el pan y le untabas mermelada. Yo, servía el jugo mientras te veía candorosa y alegre un domingo por la mañana. Leíste el periódico distraídamente mientras observaba la figura de tu pierna sobre el sofá de la casa.

Te hice el amor, mil veces más, cuando manejaba. Cuando me tomabas de la mano mientras escuchábamos tu canción favorita. Cantabas como loca en la autopista mientras sonreías. Nuestros viajes fueron libres y eternos. Nuestra pasión deseaba que llegara el fin de semana, solo para otro viaje más a ningún lugar, a todos los lugares.


Te hice el amor cuando acariciabas a mi perro. Era maravillosamente hermoso ver tu cabello caer mientras que ese cachorro se lanzaba sobre ti alegremente por verte llegar. Sus saltos y sus besos no eran más que el signo de aquello que había comprobado ya.

Te hice el amor. Mi corazón saltaba de copiosamente mientras tomaba tu mano y deslizaba lentamente el anillo sobre tu dedo. Estaba decidido a no dejarte escapar. Tus lágrimas se mezclaban en la comisura de tus labios. Las palabras se enredaban con tus suspiros. Tu risa se mezclaba con la belleza. 



Te hice el amor, nuevamente, haciendo el cheque de aquella casa donde viviríamos. Era alquilada, si, pero sería nuestro espacio pequeño para ser felices. Brincamos y lloramos de la felicidad mientras caminábamos por las calles de ese lado de la ciudad. Tan desconocido para los dos.

Te hice el amor frente a todos. Caminaste por el pasillo con tus ojos marrones claros chispeantes. Tu boca era una flor que pronunciaba palabras justas cuando podía. Tu cabello estaba tiernamente arreglado por las manos de mi madre. Tu vestido era la luz que vi el día que conocí tu presencia. Te hice el amor con un sí.

No tengo excusas, ni miedos, ni temores. La vida es y será la forma y la vía que queremos. Soy tu amante eterno, que adora cada detalle que deslumbra en ti. Soy el que empeña la mirada, el que desata los silencios. Soy el insomnio que recoge tus cosas en la madrugada, el que lava la ropa.

Soy hoy tu esposo, que te ama intensa y diariamente, el que hace de todo momento una excusa para hacerte el amor. E
sta noche veremos televisión. Nos moriremos de la risa. Nos tomaremos un vino. Desordenaremos la cama. Comeremos en el piso. Veremos las estrellas. Lavaremos la ropa. Nos bañaremos juntos. Nos balancearemos en la hamaca. Haremos el amor enamorados. Y quizás, sólo quizás y si Dios lo deja, tendremos una niña para jugar a los enamorados. Y los tres haremos el amor como todos los días, desde que te vi aquel día en ese autobús.

Publicada por Marco Gonzalez V. el 22/03/2011 en Concurso Cartas de Amor


Confesiones

Soy obsesiva respecto a las cosas. Reconozco que necesito que me den la razón cuando se que la tengo. Odio que me mientan, odio que me vean cara de estúpida, odio que no confíen en mi, especialmente esas personas con quienes me permito aplicar mi intuición.

Con las personas no, con ellas suelo ser posesiva y celosa. Suelo decirle "mi" a los que están en mi vida... "Mi amiga" "Mi novio" "Mi negro" "Mi gordo" "Mi príncipe" "Mi vida" "Mi nena". No soporto que no me inviten a un sitio aun si ya saben que no podré ir. Me revienta pensar que lo que me dicen a mí se lo puedan decir a otra. Me gusta sentarme en el asiento de copiloto en los carros de "mi gente".

Me apego muy rápido a la gente pero de la misma manera las dejo ir. Por eso son tan valiosas para mi las personas que a pesar de los años continúan en mi vida.

Mis despechos duran dos días, mi obsesión por entender por qué ya no le gusto puede durar meses. Solo he vivido un guayabo como los que Dios manda: me dio amigdalitis, neumonía y rebajé 12 kilos. Duré casi un año olvidándolo y lo dejé ir el día que entendí que no era que no podía, sino que no quería. Es el único hombre a quien nunca le dije que lo amaba. Ese dolor me hizo sentir viva.

El día que mi papá murió corrí gritando por la casa y di varias vueltas hasta que lograron atraparme. Me desmayé cuando lo vi en la urna, tenía 8 años y pensé que nunca iba a vivir algo peor... Hasta que 16 años más tarde desperté con los gritos de mi abuela. Me toco darle respiración boca a boca a mi tío. Ya estaba muerto. Pase un mes congelada por dentro. Aun despierto asustada cuando alguien grita.

Siempre digo que en mi vida han existido más amigos que amigas, pero la verdad solo puedo mencionar a uno que verdaderamente fue mi amigo y no quiso nada más. Con las mujeres ya es otro cuento que podría resumir en celos, 
hombres y envidia.

Mi casa siempre ha sido más bonita que las de mis amigos pero aun así nunca le he prestado atención cuando los visito. Siempre he querido que me regalen una cadenita de plata delgadita con un dije y a nadie se le ha ocurrido. No me gusta que me regalen ropa, lo odio.

Nunca me he sentido fea. He estado flaca, buenísima, gordita y gorda y siempre me he sentido igual. Me gradué de la universidad con la idea de nunca depender de un hombre.

He besado a todos los hombres que he querido besar, los que faltan aun no me conocen. Fui infiel y nunca se enteraron, y de haberse enterado se hicieron los locos.

No puedo salir de mi casa sin bañarme. Me lavo el cabello todos los días. Tengo 5 tatuajes y quiero otro(s) más solo que no se en donde. Todos tienen un significado y un por qué. Odio el color marrón con toda mi vida. Soy extremadamente directa y sincera. Nunca he logrado callar algo que pienso o siento. Solía escribir tanto que mi abuela aun espera que escriba mi primer libro. Yo aun espero que ella no muera nunca.

Defiendo como una fiera a mi gente, mi principal fortaleza es la empatía. Soy fiel a mis ideales, no hago nada por obligación y lucho por lo que quiero. Puedo leerme un libro en un día. 

Soy géminis. No, no somos mentirosos ni doble cara. Odio a todos los que usan el término bipolar para cualquier cambio de humor. Acepto cuando me equivoco.

Nunca he probado ninguna droga. Una vez probé el cigarro y pasé una semana ahogada. Odio que me fumen encima. Tuve un novio que dejó de fumar para tener un chamo conmigo pero yo lo dejé primero a él.

Soy hija única... Pude haber empezado por ahí.


lunes, 2 de mayo de 2011

Así llegaste tú...

Y regresó mi inspiración. Llegaste en abril pesando casi 4 kilos y midiendo 55 centímetros, llegaste entre nervios, entre ansiedades, entre alegrías, entre todos mis deseos, llegaste entre tanta gente que te esperaba y que no sabía que ya yo te había soñado y que ese día yo me sentía plenamente mujer.

Ya sabía tú nombre, sabía cuándo llegarías y aun así no estaba lista para el terremoto de sentimientos y sensaciones que traerías a mi vida.  Durante 9 meses aprendí a sentirte, a diferenciar tus movimientos, a saber qué canciones te gustaba oír, aprendí a no asustarme cuando no te sentía porque cuando menos lo esperaba convertías mi vientre en un colchón inflable y me hacías reír. Aprendí a contar mi vida en semanas, aprendí todo lo que nunca supe sobre embarazos, aprendí que mis hormonas realmente nunca habían salido a la superficie hasta que llegaste tú.

¡Oh sí! Me convertiste en un mar de emociones, llevaste al extremo las que ya conocía y me llevaste a la orilla de tantas otras que no sabía que vivían en mí. Como el darme cuenta de que un te amo solo tiene sentido cuando te lo digo a ti, como entender que solo tu sonrisa puede derrumbar todo lo que tengo alrededor, como creer fielmente en que no existe nada ni nadie que pueda hacerme tan feliz como lo haces tú, como entender que ser madre es la sensación más maravillosa del mundo… ¡y pensar que tardé tantos años en entender a mi mamá!

Durante tres semanas he aprendido a conocerte poco a poco, a memorizar tu cara y cada uno de tus 55 centímetros. Ya reconozco mejor tus llantos, y he logrado grabarme muchas de tus tantas muecas, he aprendido cuáles son tus horas favoritas del día y hasta trato de adivinar con qué sueñas cuando sonríes. Me convertiste en una mecedora humana, te lo juro hijo, puedes conseguirme a cualquier hora del día meciéndome de adelante hacia atrás… Lo sorprendente es que la mayoría de las veces ya no te tengo en brazos.

Llevas contigo el nombre del primer hombre que amé. A veces siento que lo ves porque cuando duermes, abres los ojos y te quedas viendo al vacío y me regalas una sonrisa tan perfecta que solo podría provocar él. Lo sé, las conozco, ¡una vez estuvieron en mi rostro! Y de tan solo pensar que tú sentirás por mí lo que yo sentí por él me siento extremadamente feliz.  

Dicen que no existen palabras suficientes para describir este amor tan infinito, pero prometo día a día encontrarlas para poder explicarte un día lo que significa que ya mi vida no tiene sentido sin ti. No importa cuánto tarde, total… tengo una vida entera para amarte Daniel.