jueves, 5 de mayo de 2011

Mi historia entre tus dedos

Sobre hacer el amor. Por Marco Gonzalez
Te hice el amor a la distancia. Eran dos puestos de autobús, lo suficiente. Eras precisamente lo que eres hoy: una sonrisa intacta, eternamente feliz. Te diste cuenta, lo sé. Lo sé por la mirada que intercambiamos con teléfonos y besos.

Te hice el amor días después. Te tomé la mano en el restaurante. Sentí el temblor de tus dedos y entendí que no existían mentiras entre nuestras manos. Lo sentiste ciertamente, lo sé, Retiraste tu mano penosamente y tomaste torpemente tu cartera y lanzaste tus cosas al suelo.

Te hice el amor mientras dormías. Acariciaba tu cabello. Veía tu rostro de ensueño y pensaba en tus labios. Escuchaba tu respiración una y otra vez, lenta y dulce, mientras tus dos manitas se juntaban sobre tu rostro.


Te hice el amor en el desayuno, mientras picabas el pan y le untabas mermelada. Yo, servía el jugo mientras te veía candorosa y alegre un domingo por la mañana. Leíste el periódico distraídamente mientras observaba la figura de tu pierna sobre el sofá de la casa.

Te hice el amor, mil veces más, cuando manejaba. Cuando me tomabas de la mano mientras escuchábamos tu canción favorita. Cantabas como loca en la autopista mientras sonreías. Nuestros viajes fueron libres y eternos. Nuestra pasión deseaba que llegara el fin de semana, solo para otro viaje más a ningún lugar, a todos los lugares.


Te hice el amor cuando acariciabas a mi perro. Era maravillosamente hermoso ver tu cabello caer mientras que ese cachorro se lanzaba sobre ti alegremente por verte llegar. Sus saltos y sus besos no eran más que el signo de aquello que había comprobado ya.

Te hice el amor. Mi corazón saltaba de copiosamente mientras tomaba tu mano y deslizaba lentamente el anillo sobre tu dedo. Estaba decidido a no dejarte escapar. Tus lágrimas se mezclaban en la comisura de tus labios. Las palabras se enredaban con tus suspiros. Tu risa se mezclaba con la belleza. 



Te hice el amor, nuevamente, haciendo el cheque de aquella casa donde viviríamos. Era alquilada, si, pero sería nuestro espacio pequeño para ser felices. Brincamos y lloramos de la felicidad mientras caminábamos por las calles de ese lado de la ciudad. Tan desconocido para los dos.

Te hice el amor frente a todos. Caminaste por el pasillo con tus ojos marrones claros chispeantes. Tu boca era una flor que pronunciaba palabras justas cuando podía. Tu cabello estaba tiernamente arreglado por las manos de mi madre. Tu vestido era la luz que vi el día que conocí tu presencia. Te hice el amor con un sí.

No tengo excusas, ni miedos, ni temores. La vida es y será la forma y la vía que queremos. Soy tu amante eterno, que adora cada detalle que deslumbra en ti. Soy el que empeña la mirada, el que desata los silencios. Soy el insomnio que recoge tus cosas en la madrugada, el que lava la ropa.

Soy hoy tu esposo, que te ama intensa y diariamente, el que hace de todo momento una excusa para hacerte el amor. E
sta noche veremos televisión. Nos moriremos de la risa. Nos tomaremos un vino. Desordenaremos la cama. Comeremos en el piso. Veremos las estrellas. Lavaremos la ropa. Nos bañaremos juntos. Nos balancearemos en la hamaca. Haremos el amor enamorados. Y quizás, sólo quizás y si Dios lo deja, tendremos una niña para jugar a los enamorados. Y los tres haremos el amor como todos los días, desde que te vi aquel día en ese autobús.

Publicada por Marco Gonzalez V. el 22/03/2011 en Concurso Cartas de Amor


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