Le ardían los labios. Esa sensación de fuego y cosquilleo era distinta a la usual. Se vió en el espejo y notó un ligero tono azul en sus labios que comenzaba a tomar fuerzas.
Sonrió. Había pasado la tarde entera besándolo sin notar qué tan rápido corría el tiempo o sin fijarse en la gente que pasaba y los miraba por semejante espectáculo. Para ser sinceros, los entiendo: yo también me hubiera detenido a ver fijamente esos besos con toda la envidia del mundo, deseando que alguien me besara con tantas ganas.
Recordó cómo de una u otra manera lograron despegarse, los dos tenían que irse aunque no querían. Se dieron un beso corto, para no quedar enganchados de nuevo en ese remolino de labios, lenguas y dientes.
Cuando se fue no hizo intento alguno de buscarlo con la mirada. La verdad es que poco había que analizar: pasó lo que quería y estuvo mejor de lo que esperaba. Lástima que eso solo quedaría ahí.
O eso pensó...