Acostumbrarme a ti fue muy fácil. Aunque insististe en llegar a mi vida bajo varios nombres, que aunque recuerdo claramente no mencionaré, aprendí a detectarte en cada una de sus pieles. En todas tenías un sabor distinto, con algunos era dulce, con otros fue solo un intenso y rico picante y con algunos eras como un tequila, fuerte, cortito y con un terrible dolor de cabeza como recuerdo.
Debo admitir que te dejé entrar a mi vida un poco tarde. Mientras mis amigas jugaban contigo yo tenía miedo de no ser suficiente para ti, de no gustarte y de perderme para siempre lo que todas mencionaban de ti. Vale, es que era una niña ¿sí? Solía seguirles la corriente como si supiera de qué hablaban cuando en realidad me asustaba cada vez más… Hasta que un día esa niña despeinada e inocente decidió irse. La muy sin vergüenza me dejó plantada ante una adolescente que resultó ser más caliente de lo que la sociedad esperaba para una ya no tan niña pero que no llegaba a ser mujer. Y te dejé entrar.
Debo admitir que con el primer nombre que llegaste no te recuerdo muy bien, no porque tenga mala memoria sino porque la verdad preferí olvidar al infeliz que se llevó mi inocencia sin enseñarme a hacerlo bien. Para evitar comentarios que ya no valen la pena recordar, solo diré que llegaste disfrazado en un beso que traumó mi existencia. ¿Cómo a alguien se le ocurre darme mi primer piquito con su lengua en mi garganta? No es que me molestara la lengua, aun recuerdo su sabor, pero ¿que se suponía debía hacer? ¿Cuál era el papel de la mía en esa sensación?
En fin, me dejaste frustrada, pensando que lo había hecho mal y que más nunca volvería a sentir ese sabor de piel en mi boca, pero volviste, años más tarde nos encontramos con una nueva yo. No sé cómo me reconociste cuando ni yo misma lo hacía: era yo esa niña a la que varios le echaban un ojo, era por mí por quien varios peleaban y buscaban la manera de llamar mi atención y confieso que cuando me di cuenta de esa maravillosa sensación te agarré por el cabello para atraerte hacia mí. Esta vez no te ibas a escapar.
Fue así como después de besos interminables, de lamidas a escondidas por el borde de mi oreja, de caricias, de jugar al que no quiere la cosa y de que mi lengua terminara en más labios de los debidos, decidí hacerte el amor. ¿Cómo dejarte ir si desde ese día aprendí a volverlos locos y hacerlos suspirar? Con cada uno fui aprendiendo algo nuevo y a más de uno le enseñé algo que seguramente hoy aplicarán con otra sin acordarse de mi (¿o sí?)
Me confieso adicta a ti. Te he seguido encontrando en otras caricias, en otras lenguas, en otras pieles, en arañazos en la espalda, en gemidos, suspiros y pare usted de contar... Y para no sentirme culpable por si en algún momento te llamaba por un nuevo y distinto nombre decidí que el que mejor te queda es deseo.
De apellidos, depende, a veces te lo cambio: orgásmico, fantasioso, húmedo, desesperante y hasta una vez te llamaste "ganas". Así, a secas. Lo único cierto es que no puedo hacer el amor con otro que no seas tú.